Al inicio de cada año escolar, siempre se recibe con sorpresa la petición de algún padre de familia de considerar la admisión de su hijo/a en un año escolar superior al que corresponde a su edad. Se escuchan un sinnúmero de razones por las cuales los padres consideran que su hijo estaría mejor en un grado superior: “es más inteligente y se va a aburrir”, “su coeficiente intelectual es superior a la media”, “es muy maduro y estará mejor con los más grandes”…
Por supuesto, cada uno de nosotros, como padres y madres de familia, observamos claramente las potencialidades, cualidades, fortalezas y bondades de nuestros hijos y depositamos en ellos tal cantidad de expectativas que nos sentimos seguros de que, en relación a otros, los nuestros son más aventajados. Sin embargo, en ocasiones, tener ciertas facilidades o haber consolidado algunas destrezas, no garantizan que nuestros hijos van a desenvolverse mejor en un grupo en el cual sus integrantes sean mayores que él.
Existen edades críticas en el desarrollo de un niño que se evidencian nítidamente en el entorno educativo. Para referirnos a estas ellas, vamos a referirnos a los niveles de escolaridad en los que signos de dificultades se evidencian: cuarto y séptimo año de educación básica.
En Cuarto Año de Educación Básica se espera que los procesos de lecto escritura estén consolidados. La aprehensión del símbolo y su utilización dan cuenta de que la personita que aprende está inserta en el lenguaje y todo lo que esto implica: concepción de sí mismo, noción de temporalidad, comprensión lectora, etc. El aprendizaje de las Matemáticas va de la mano de este primer proceso fundamental de la escolarización de un sujeto. Es en este momento cuando se manifiestan los trastornos o dificultades de aprendizaje: dislexia, disgrafia, discalculia y todas las “dis” que tanto miedo dan a padres y maestros. El siguiente nivel que se considera crítico es el Séptimo Año de Educación Básica que sería el equivalente al último año de la educación primaria. Si bien el cuarto año es crítico porque las falencias de los procesos salen a la luz, el séptimo año es dramático por los cambios que se operan en el sujeto mismo, refiriéndonos a su cuerpo, a su identidad, a su sexualidad, a su sociabilidad, a su capacidad de “calzar”, en definitiva. La entrada a la adolescencia está signada por la pubertad que suele presentarse en esta etapa (11-13 años). En esta etapa no importa qué tan alto un coeficiente intelectual sea ni qué tan bien asimilados hayan estado algunos procesos. Lo importante es qué tan bien se hayan adaptado a su grupo de pares. Las disimilitudes saltan y los desencuentros se agravan. Las niñas suelen sobrepasar a los niños, en ocasiones, con más de 15 cm de estatura y los varoncitos incrementan sus actividades lúdicas como evitando decir adiós al niño que aún los habita.
Y aquí volvemos al tema que nos interesa. ¿Qué ocurre con aquel niño o aquella niña al que se le admitió en un grado “equis” a sabiendas de que era un año menor que los demás? Se complica enormemente su proceso de adaptación a los cambios que le impone el grupo de pares que inicia su adolescencia. Nos encontramos con niños muy inteligentes y perfectamente aptos académicamente, pero aún niños en lo referente a lo emocional, a lo social, a lo psicológico. Suelen convertirse en los “descolados” por ser muy pequeños o por no demostrar suficiente interés en las actividades de los demás.
Por supuesto, esto no es una regla, pero es lo habitual en el entorno educativo, en el que los mismos padres que solicitaron la admisión de su hijo, se acercan nuevamente a pedir ayuda porque el niño no quiere volver a la escuela porque no tiene amigos o porque se siente mal en el grupo. En este momento ya no es factible “retrasarlo” un año. En este momento no cabe otra cosa que trabajar conjuntamente con padres, profesores y estudiantes estableciendo estrategias de integración bajo la supervisión y acompañamiento del Departamento de Orientación. El fin último siempre deberá ser el fortalecimiento de la autoestima de este estudiante que se siente distinto a los demás.
La importancia de tratar este tema es tomar las medidas acertadas el momento acertado, recordando que la educación inclusiva, tal y como está planteada en la ley, plantea la necesidad de incluir a todo estudiante con características especiales en el grado o nivel que le corresponda de acuerdo a su edad.
Nuestros hijos son lo más especial del mundo para nosotros, sus padres. Y, por ellos, escuchemos las recomendaciones emitidas por la experiencia educativa y el profesionalismo serio. Adelantar a un niño un año (a veces es más), puede resultarle un esfuerzo tan severo en el futuro que en lugar de favorecerle, puede perjudicarle. Escuchemos a los profesionales.